miércoles, 28 de enero de 2009

Historia de Ziggy por Mario Vargas Llosa:



La gente cree que la institución más poderosa y respetable de Gran Bretaña es el Parlamento, pero yo creo que es la RSPCA, siglas con las que tengo a veces pesadillas y con las que ruego a todos los santos no tomarme nunca. Porque los recursos de la Royal Society for the Prevention of Cruelty of Animals son cuantiosos, su prestigio incomensurable, sus servidores legión y, sus armas, sutiles como beso de cobre y contundentes como abrazo del boa constrictor.
Puede dar testimonio de ello Lisa Chapman, joven camarera, a la que, para su ventura y desventura, su hermana reglaó hace cierto tiempo, a fin de que le hiciera compañía, a Ziggy, una rata que estaba por ucmplir dos años. La bella y la bestia hicieron buenas migas y todo iba de maravilla hasta que -una víctima más de la recesión que asola a Europa- Lisa perdió su empleo. Las veintisiete libras semanales de seguro social le alcanzaban a dura penas para sobrevivir y la muchacha enfermó. Almas caritativas la invitaron a pasar unos días en el campo y Lisa partió, dejando a una amiga encargada de cuidar a Ziggy en su ausencia.
Antes de que cantara el gallo, delatores anónimos alertaron a la Real Sociedad de las siglas de marras, la que, en el acto movilizó a uno de sus sabuesos, el inspector John Paul, a verificar la denuncia. Introduciéndose -¿mediante infracción?-, el investigador comprobó que Ziggy llevaba ya seis días abandonada a su suerte, sin agua para beber y apenas con unos miserables trozos de queso para su sustento. Su escrupuloso informe señala que la rata "temblaba, estaba deshidratada y profundamente deprimida" (extremely depressed). Sin pérdida de tiempo, John Paul se llevó consigo a Ziggy a una clínica veterinaria, donde fue sometida a un tratamiento de urgenica, abase de antibióticos, que le produjo una transitoria recuperación. Pero unos días después contrajo una pulmonía y murió. Los facultativos decretaron que había fallecido de inanición.
Ni corta ni perezosa, la entidad de las siglas impronunciables llevó a Lisa Chapman a los tribunales, acusándola de negligencia y crueldad para con la difunta Ziggy. Hubo audiencias públicas, en las que la camarera desempleada, llorando a lágrima viva, juró que "quería a mi animalito a morir" y explicó que había aceptado aquella invitación que la apartó de su rata solamente porque "yo también me estaba muriendo de hambre con las veintisiete libras semanales de seguro". Pero ni estas razones, ni las del abogado defensor, quien pretendió traumatizar la recta escala de valores del tribunal con la isidiosa pregunta "¿Cómo se puede juzgar a alguien por dejar morir a una rata en una ciudad donde, en cualquier almacén, se compran trampas para roedores?", salvaron a Lisa de una humillante condena: ciento treinta libras de multa y una mancha indeleble en su curriculumb vitae.
Satisfecho con la sentencia, John Paul, el temible difnatario y representante de las siglas-trabalenguas, comentó a la prensa: "Se ha hecho justicia. En lo que amí y a la RSPCA se refiere, Ziggy era un ser de sangre caliente, capaz de experimentar dolor y hambre, como cualquier ser humano. No lamentamos haber puesto lo ocurrido en manos de los jueces." El caso ha costado unas ocho libras a los contribuyentes británicos.

(Extraído de "Búsqueda", 1° de julio de 1993)

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