martes, 9 de diciembre de 2008

Mensajes de texto de Beatriz Sarlo.


En la escritura de los mensajes de texto, QT1BD quiere decir "que tengas un buen día". Esos grupos de letras, que parecen el nombre de un agente secreto, deseperan a quienes denuncian el "empobrecimiento del lenguaje". En efecto, las palabras de los mensajes de texto son manipuladas con el fin de que la incómoda tarea de tipear en un teclado miniatura resulte lo más breve posible. Si tuviera que escribir un mensaje de texto, yo también usaría cualquier abreviatura y sólo me cuidaría de que ellas fueran traducidas exitosamente por mi destinatario. La tecnología impone un formato de escritura y, si se escriben mensajes de texto, tienen que ser cortos. Se los escribe por la calle, en el subterráneo o conversando con el vecino. No son redacciones escolares, sino formas primarias de la comunicación.

Una vez instalada la necesidad de escribir mensajitos sin parar, hay que tipear la menor cantidad de letras. Un mensaje de texto es como el sándwich que alguien se separa y come de apuro: no obedece a las reglas del arte culinario, sino el hambre. Alguien podría decir que es mejor no tragar parado dos rodajas de mortadela, sino prepararse una ensaladita con varios ingredientes, tender la mesa, poner la radio y comer respetando las reglas de las buenas maneras. Pero, en el momento mismo en que se acepta la posibilidad de escribir un mensaje de texto en dos líneas o de mordisquear medio salame mientras se repasa la agenda del día, quedan descartadas la cortesía ortográfica y la culinaria.

Preguntarse por qué se mandan millones de mensajes de texto nos llevaría a otra cuestión que yo resumiría en una fórmula: el deseo de la conectividad instantánea. Es una de las manifestaciones de la mística contemporánea y, por lo tanto, la cuesti´n no pasa por la taquigrafía de los mensajes sino por la intensidad de su uso.

Preocuparse por las reglas gramaticales frente a los mensajes de texto es como pensar que la alta cocina va a ser aniquilada por las personas que devoran un sándwich sin detenerse a pensar muy bien qué esta comiendo y si quieren comer eso que se han puesto a masticar. La proliferación del fastfood no mandó a la quiebra a los restoranes, ni a los restó, ni a la cocina de autor, ni a las incenciones de cocina-fusión. Por el contrario, en casi todas las ciudades del mundo, las cadenas de comida rápida y todas las formas de la tilinguería o el refinamiento gourmet corren cabeza a cabeza la misma carrera de ascenso al infinito. Se diferencian por su público, y no siempre.

Los emoticones intercalados en los mensajes de correo electrónico me parecen infantiles. Pero no se me ocurriría responsabilizarlos por una mayor elemntalidad expresiva de quienes los usan. Son signos banales cuyas causas están en otro lado. Y lo mismo sucede con los mensajes de texto: si millones de personas encuentran en ellos una especie de antídoto contra el peor de los destinos que sería el de la baja conectividad, el nudo de la cuestión cultural no está en la taquigrafía de abreviaturas y fórmulas con los que se escriben.

Quienes se alarman frente a los mensajes de texto, consideran que, en otras condiciones de escritura, los usuarios (sobre todo los jóvenes) escriben del mismo modo espasmódico. Si esto es verdad, la responsabilidad no está en las pantallas de los celulares, sino en las instituciones que tienen a su cargo difundir las formas de una escritura más elaborada y compleja. COmenzando por la escuela. Si todos los días los adolescentes productores de mensajes de texto tuvieran que escribir un párrafo completo, sin abreviaturas, compuesto por frases largas, con oraciones subordinadas de esas que empiezan con palabras como "aunque", "pese a que" o "si bien", si tuvieran que usar verbos en subjuntivo y potencial, si se les pidiera que en ese párrafo incluyeran, como ejercicio, por lo menos tres palabras buscadas más alla de los límites de su propio vocabulario, podríamos estar tranquilos porque los mensajes de texto serían no una amenaza, sino las formas más radicalmente elementales de una exclamación o una pregunta.

Beatriz Sarlo
Revista Viva de Clarín, 2 de mayo de 2006

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